La Parroquia en Imágenes

14 de febrero de 2010

En el camino a Emaús: (Lucas 24:13-35)


En la tarde del día de la resurrección de Jesucristo, iban dos de sus discípulos caminando de la capital Jerusalén a una pequeña aldea llamada Emaús, distante a unos 11 km; unas dos horas y media de caminata, para ellos que estaban acostumbrados.
Iban llenos de dudas y también de pesadumbre. Es que hacía tres días habían visto morir al más grande profeta que habían conocido, con el poder de hacer resucitar a un muerto llamado Lázaro, curar enfermedades terminales, como la lepra en su momento; esperaban algo más espectacular todavía, que era la liberación del dominio de la potencia extranjera que los dominaba, el poder romano. Pero, esa lucha interior los llenaba aún más de inseguridad, porque en esa madrugada, un grupo de mujeres les habían comentado que fueron a la tumba y Jesús no estaba más, y unos ángeles les habían dicho que había resucitado. ¿Pero cómo creer eso, tan raro, tan incapaz de demostrar? Ellos también necesitaban ver para creer.
Mientras iban, aparece Jesús y comienza a caminar con ellos; pero no se daban cuenta que era El, y siguiendo con la charla, siguen expresando esas sombras interiores. Hasta que Jesús les empieza a exponer las verdades bíblicas de la venida del Mesías, el Salvador; de la necesidad del sufrimiento y su glorificación, y que el mismo había dicho que resucitaría. Y en esta charla se les va la tarde, y llegando al lugar de destino, ya a la tardecita, los muchachos invitan a Jesús a quedarse con ellos. Luego de un momento, se sientan a la mesa, y Jesús, tomando en sus manos el pan, lo partió y lo bendijo; momento de preparación e institución de la Santa Cena, y ene ese momento se dieron cuenta con quien estaban; pero Jesús desaparece.
Ellos exclaman “¿No es verdad que el corazón nos ardía en el pecho cuando nos venía hablando por el camino y nos explicaba las Escrituras?” (Lucas 24:32)
Y con ese descubrimiento, se levantan y regresan a Jerusalén, ¡otra vez los 11 Km.! Pero, estaban tan contentos, entusiasmados, felices, que van a contarles al resto que había quedado en Jerusalén lo que ellos vieron.
Muchas veces nosotros somos como esos discípulos, albergamos muchas dudas, preguntas, sombras, inseguridades; por más que conozcamos la Palabra divina, por más que hayamos visto en acción más de una vez el poder de Dios, por más que hayamos descubierto en más de una oportunidad las bendiciones de Dios. Caminamos, y hasta reclamamos por lo que nos falta; pero aún, con un espíritu quejoso, Cristo se acerca a nosotros, nos habla, nos enseña, nos acompaña; nunca nos deja solos. Y con su Palabra y con los sacramentos, corre el velo de nuestros ojos, el velo del pecado, de la ignorancia, de la falta de agradecimiento, el velo de la queja; nos hace ver su presencia, su bendición, su salvación, su poder real y vivo. Y al ser quitado ese velo, despierta la alegría, el entusiasmo, la voluntad de levantarnos y encontrarnos, congregarnos, disfrutar de la presencia del hermano de la fe que disfruta conmigo del hecho verdadero de ser hijo de Dios.
Lo interesante es que no era sólo de esos discípulos ese despertar espiritual; porque la iglesia cristiana llama a esta época del año la Epifanía, donde recordamos que hubo unos sabios del Oriente, conocidos como los Reyes Magos, que no adoraban al Jehová de los judíos, que no eran del Pueblo de Dios; pero, movidos por el Espíritu Santo siguen a esa señal estelar, la estrella, llegan hasta el niño Jesucristo a adorarlo; el poder de Dios que lleva hasta a los corazones paganos, que no creen en Dios, a adorar a Jesús, y a reconocerlo como el salvador.
¿Y usted? ¿En que situación se encuentra? ¿Está como los discípulos en el primer momento, lleno de dudas, inseguridad, quejas, sombras oscuras en la vida? Deje que Jesucristo se acerque a su vida, que a través de su palabra y su presencia corra el velo que tapa los ojos y la vida, y le impide llevar una vida plena y feliz.
Que Dios lo bendiga.
Pastor Carlos Brinkmann

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