Texto: Juan 20:11-18
Nos cuenta que el texto que María Magdalena, antes que salga el sol, se acercó hasta el sepulcro para cumplir con ese ritual de preparar el cuerpo muerto de Jesús con aceites y envolverlo con vendas, como un último homenaje y también siguiendo las costumbres de la época de conservación del cuerpo.
Tenemos que recordar que esta mujer era la hermana de Lázaro; que había sido librada por Jesús de siete demonios, con toda la libertad que eso acarrea, libertad de la angustia, del miedo, la desesperanza; que según Juan 12 ofrenda en adoración un perfume muy caro, hoy serían alrededor de 15.000 pesos (unos 3800 dólares); fue una de las que permaneció cerca cuando Jesús murió en la cruz, testigo directo de los sufrimientos del Maestro.
Pero, cuando se acerca, descubre que el cuerpo de Jesús no estaba, pero si ve a dos ángeles. Su tristeza acumulada de tres días, más la seguridad que se habían robado el cuerpo de Jesús impide que ella los identifique; ellos con la pregunta ¿A quién buscas?, le anuncian un suave reproche; procurando hacerle recordar que el mismo Jesús había dicho todos los acontecimientos, pero era difícil de creer. Era humanamente natural, le sucedería a cualquier persona, y si nosotros hubiéramos estado allí, nos hubiera pasado lo mismo. Esa tristeza tan profunda, también marcaba un corazón inmaduro, un fe débil, una falta de conciencia en el poder del Señor; y todavía ante la presencia de Jesús, todavía no lo identifica; hasta que él le habla. Es que la palabra de Dios corre todos los velos de su corazón, y con una profunda alegría lo reconoce. Nos imaginamos la escena, cuando sabe que es él, seguramente lo abraza; pero Jesús le encarga que no se aferre a ese cuerpo, porque tenía que ascender para que el Consolador pueda seguir haciendo la obra divina en el tierra; además de encargarle la misión de anunciar su resurrección.
En estos tiempos también nos suceden cosas parecidas, los problemas, las tristezas, la soledad, los fracasos nos velan la vista, y la congoja y las lagrimas son un velo que nos impiden ver a Jesús en nuestras vidas; y nos cuesta visualizar la obra de Jesús; desde la normal, aunque, lo normal es extraordinario, desde poder tener en uso los sentidos, tener un plato de comida, un techo acogedor; hasta aquellas obras extraordinarias, curaciones especiales, protecciones especiales; cosas únicas que sólo Dios puede hacer; y aún así, nos cuesta ver a Dios. Pero cuando el Señor nos habla en su Palabra, todo se clarifica, los velos se corren; es que la Palabra de Dios es poderosa y trae luz disipando las tinieblas. Cuando eso sucede, nace en nuestro corazón ese mismo amor de María magdalena, de escucharlo con atención, de seguirlo por todas partes, de ofrendar sin amargura nuestra vida y nuestros bienes.
Además, su encargo de anunciar su resurrección es para nosotros también. Si nos imaginamos la alegría de María, es la misma que sentimos hoy, de saber que Cristo está vivo, que está a nuestro lado, que nos acompaña, que nos preparará algo especial por toda la eternidad, y que podemos ser factor de cambio en esta vida.
Que esta alegría, que esta seguridad, que este placer de ver la obra de Dios, nos haga siempre vivir la Pascua de libertad, de victoria, de gusto por la vida. Amén
Pastor Carlos Brinkmann
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