Texto
base: Isaías 60:1-6
Como Iglesia celebramos la Epifanía, remontándonos a
ese momento especial cuando los Magos del Oriente llegan al lugar del
nacimiento de nuestro Salvador. Nos cuenta este momento significativo Mateo en
el capítulo 2:1-12.
Estos sabios del Oriente, estudiosos de las
estrellas, astrónomos dedicados, vieron una estrella especial que apareció en
el firmamento; pero la estrella mayor que estaba resplandeciendo en su corazón
era el de la fe. Eran personas especiales, no porque eran mejores, o más ricos,
o mas dedicados, eran especiales porque el Espíritu Santo había iluminado sus
corazones, y mostró con seguridad el nacimiento del tan esperado Salvador de
todos los hombres. No sabemos si ellos tenían la plena seguridad de las
características del Mesías, ya que fueron hasta el palacio de Herodes,
humanamente hablando, ¿Qué mejor lugar para buscar al Rey de los Judíos…?
Quizás tampoco comprendían todavía las características del reinado de Cristo;
no los juzguemos, muchos hoy tampoco lo comprenden todavía, teniendo mayor
información, señales y obras a su alcance, siguen esperando a un Rey terrenal,
que les arregle los problemas y no les cambie nada de sus vidas.
Estos Magos, o Sabios del oriente, llegan a Belén
guiados por una estrella especial, entran en la casa, detalle a tener en
cuenta, ya que no llegaron en el mismo momento del nacimiento, sino un tiempo
después, y ofrecen como ofrenda de adoración oro, incienso y mirra. El oro para
la majestuosidad de un rey, el incienso como aroma agradable de su nacimiento,
y la mirra ya adelantándose a su muerte, ya que la mirra era un aceite usado
para la conservación de los cuerpos de los fallecidos.
Otro aspecto llamativo de este momento es que
nuestro texto de introducción, Isaías, ya nos había adelantado todo este
aspecto. No nos olvidemos que Isaías fue escrito 700 años antes que ocurra ese
acontecimiento en la historia, el nacimiento de Cristo y la visita de los Magos
del Oriente.
En el vs. 1 de Isaías 60 va preparando al pueblo de
Israel anunciando que la luz del mundo, Jesucristo viene al mundo, lleno de
gloria y esplendor. En el vs 2 afirma
que a pesar de la oscuridad del pecado que llena a toda la humanidad, esta luz
Admirable, Cristo, empieza a brillar trayendo salvación y perdón, que todo
esfuerzo humano es inútil ya que de los que produjeron oscuridad no puede salir
luz, sino que la luz proviene del que siempre fue la Luz, Dios. En el vs. 3
habla que ese resplandor atraerá a todas las naciones, y el exponente mayor de
esta búsqueda de luz lo encontramos en la vista de los Magos del Oriente, hoy
lo vemos en esa necesidad vital de la humanidad de encontrar perdón y
salvación, sin importar lengua ni nación. En el vs. 4 vemos que será este
encuentro un momento y espacio de gran gozo, e incluso aquellos que se alejaron
de la luz admirable, tendrán la oportunidad y el momento de retornar, ya que la
invitación a los brazos abiertos del Salvador siempre está vigente. En el vs, 5
nos habla del reconocimiento de la obra de Dios, despertando alegría del que se
mantuvo fiel al Señor, aún cuando el resto haya dudado o se haya alejado, y el
que encuentra esa luz también vive en un gozo tan profundo que no mide su
agradecimiento, tanto en su corazón como en su vida, aún despojándose de
valores materiales, ya que encontró un valor mucho mas grande, un valor eterno,
que opaca los valores terrenales. Y, por último, en el vs. 6, este movimiento
será majestuoso y de todas las naciones, pero el mayor movimiento será el de la
alabanza, proclamando a todos los vientos las acciones maravillosas de la
salvación.
Hoy vivimos la Epifanía con un calor especial, con
aspectos trascendentes, en una sociedad convulsionada y necesitada de la luz de
la salvación, entre tanto materialismo, amor fingido, sin compromiso, egoísmo
galopante, la luz del nacimiento de Cristo brinda respuestas, seguridad, calma
y ganas de vivir profundas. Que en esta Epifanía vivas en tu vida la seguridad
de la obra que Cristo es tu Salvador. Amén.
Epístola:
Efesios 3:1-12
Evangelio:
Mateo 2:1-12
Guía de la
liturgia: Del cancionero “Orden de Culto para Epifanía”
(Pagina 16)
ORDEN DE CULTO BAUTISMO DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO
Texto
base: Isaías 42:1-9
Un momento trascendental en el ministerio de
Jesucristo fue su bautismo. Nos cuentan los evangelios que Juan el Bautista
predicaba el bautismo del arrepentimiento de los pecados, aquellos que se
arrepentían se bautizaban y vivían en esa paz del Señor. Juan, el Bautista era
el enviado por Dios de preparar el camino para la llegada del Salvador, y ante
él Jesucristo se presentó para ser bautizado también; podemos ver la duda de
Juan cuando pregunta en mateo 3:14: “Yo
debería ser bautizado por ti, ¿y tu vienes a mi?”; claro, ¿qué necesidad de
arrepentimiento tiene aquél que es santo y nunca conoció la corrupción…? Esto
se preguntaría Juan, también nos preguntamos nosotros. Sin embargo, fue
necesario que Jesús fuera bautizado, no porque sea pecador, no porque esté bajo
juicio, no porque necesite los dones del Espíritu Santo; fue bautizado para
nuestro beneficio. Su bautismo remarca el comienzo de su ministerio de
predicación y salvación, también marca la sujeción de Cristo a la voluntad del
Padre, y, además, el reconocimiento público de la Divina Trinidad a la persona
y obra de Cristo, Él es bautizado, el Espíritu Santo se hace visible en forma de
paloma y el Padre es reconocido en su voz.
Las mismas palabras que nos cita Mateo 3:17: “Este es mi Hijo Amado, a quien he elegido”;
son las del profeta Isaías en Isaías 42:1. Ese nexo de unión entre los dos Testamentos
nos señala la continuidad del plan divino, ya que Dios no trabaja al azar o
siguiendo los procesos de la casualidad, sigue un proyecto determinado
persiguiendo un claro objetivo.
Ese claro objetivo es que en el ministerio de Jesús
sea Él que con claridad traiga la justicia a las naciones, sin el uso de la
violencia o la imposición, ya que uno de los aspectos de la fe es la libertad
responsable; Dios no obliga a creer a nadie, en nuestro bautismo recibimos el
don de la fe, es un presente en el cual nos adopta como hijos suyos, nos da de
su espíritu y nos hace criaturas nuevas, y en el proceso de santificación nos
va transformando para llegar a la estatura de Cristo, pero la persona puede
resistirse, puede negarse a esa obra santificadora. Este Dios respeta nuestros
tiempos, capacidades, limitaciones y debilidades, y con su poder va transformando
nuestras limitaciones y debilidades en su eternidad y poder, que, de tal
manera, aún siendo vasos frágiles, albergamos un poder ilimitado, un gran
tesoro, como dice la Palabra, ya que todo es única obra de Dios sin
participación o colaboración nuestra alguna. El ministerio de Jesús no tiene
descanso, su meta final es que todas las criaturas lleguen a la salvación, y
nos utiliza, a usted y a mi, para que seamos sus manos, su voz, sus ojos, su
corazón en todos los rincones del mundo; fue Cristo en cuerpo que hace más de
dos mil años caminó esta tierra, dejó un grupo de discípulos que transformados
por el fuego de la fe proclamaron enseñando y viviendo la obra de Cristo; y
nosotros somos los servidores en esta época de nuestra vida, así como en el
pasado lo fueron otros, y en el futuro otras personas de fe continuarán
haciendo lo mismo, hasta que el Señor vuelva.
Así como Cristo, que tuvo una misión específica, que
en su sumisión a ese plan perfecto entregó su propia vida en la cruz, así
nosotros también podemos responder a ese llamado del Señor que nos dice: “Yo te llamé y te tomé de la mano para que
seas instrumento de salvación…”
Cristo fue llamado para sea la señal de la alianza
de Dios con su pueblo, alianza de salvación, de nueva vida, ser luz entre todas
las naciones. Cuando miramos a Cristo vemos la presencia real de Dios en toda
su plenitud, aún bajo una aparente fragilidad humana, que sufre y muere, pero
es en esa fragilidad donde se manifiesta el poder de Dios, venciendo al pecado
y a la muerte por el poder sin límites del Señor.
Mirando a Cristo, el ciego podrá ver, especialmente
al que está cegado por el pecado y no puede comprender ni disfrutar de las
maravillas de Dios; el encarcelado por el diablo tendrá la libertad soñada,
donde podrá manifestarse y vivir de manera plena su vida sin amenazas ni miedos
al castigo; una calidad de vida que nada ni nadie más puede ofrecer.
Honremos con nuestra vida y alabemos a Dios, Aquél
que tiene toda la gloria, el honor y el poder, por su santidad, por su
misericordia, por su obra salvadora. Alabemos a Aquél que dijo lo que iba a
hacer y lo cumple, y con cada uno de nosotros quiere hacer cosas nuevas. Amén.
Epístola:
Romanos 6:1-11
Evangelio:
Mateo 3:13-17
Guía del
culto: Del Cancionero “Orden de Culto para Epifanía”, pag
16
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