Texto: Deuteronomio 7:6-9
Motivación: Lectura del texto
Desarrollo:
Este
texto fue escrito luego de cuarenta años por el desierto; leemos en el capítulo
1 versículo 3: “El día primero del
undécimo mes, en el año cuarenta, Moisés comunicó a los israelitas todo lo que
el Señor le había encomendado que les dijese”. Tratemos de ponernos en el
tiempo que estaban pasando los israelitas, hacía 40 años que estaban viajando,
ahora estaban a las puertas del destino final, el destino que esperaron
muchísimo; comparemos la espera, ya que cuarenta años son 480 meses, 14.400
días, 345.600 hs… Muchísimo tiempo…!!!!!!
Este
tiempo implicaba toda una generación, salieron jóvenes de Egipto, llegaban a su
nueva patria siendo abuelos, hijos ni habían conocido Egipto, pero, muchísimos
más murieron en el camino.
Esta
gente había salido de Egipto, librados de la esclavitud; habían conocido el
bienestar con José, escapando de una hambruna mundial, pasaron las
generaciones, y los nuevos faraones empezaron a oprimir a esta nación dentro de Egipto, perdieron sus
libertades, trabajaban hasta morir exhaustos. Era un clan familiar, que creció,
pero no tenían unidad ni identidad, lo único que los unía era el sufrimiento y
la opresión, y necesitaban la libertad, y clamaron a Jehová, al Jehová que
apenas conocían, pero que estaban heredando por las conversaciones de los
antiguos.
Era un
grupo de personas, descendientes de Abraham; este Abraham es el que recibió la
promesa de que iba a ser una nación tan grande como las estrellas que había en
el cielo, mucha gente; pero también, que esta generación iba a ser de bendición
para todas las familias de la tierra, esto ellos todavía no lo sabían, ya que de
este grupo de gente todavía, iba a nacer Jesucristo, también descendiente de
Abraham.
Yendo
al texto, en el versículo 6
encontramos que Dios los había elegido, Él los tomó como suyos, los transforma en
su propiedad, son considerados santos, o sea, apartados para el Señor, y para
ningún otro. Hoy nosotros también fuimos rescatados de la esclavitud, con la
edad que tengamos, jóvenes, niños, ancianos, el pecado no tiene dominio sobre
nosotros, el diablo no tiene influencia, y podemos controlar nuestra propia
carne, porque fuimos comprados por el Señor en la cruz y el Espíritu Santo
habita en nosotros, haciendo de nuestra vida su Templo Personal. Nosotros
también somos descendientes de Abraham, el cristianismo es una gran nación,
comprada por Cristo para alabar al Señor, para ser de bendición a otros, y que
esos otros también sean libres de la esclavitud espiritual y física.
En el versículo 7 vemos que Dios elige al más
insignificante, al que no es importante. En la historia encontramos grandes pueblos,
potencias militares y conquistadoras, como los romanos, asirios, persas, que
tenían sus propios dioses, aparentemente ganadores y con poder; pero, ¿cuál es
el dios que más se mantuvo en el tiempo y hoy es el principal?; no era el de
esas naciones, es el Jehová de un pueblo esclavo en Egipto; el dios de Israel,
siendo Israel una nación insignificante, sin poder, pero fue la elegida.
Dios
elige al débil para hacer su obra, ya que el débil depende exclusivamente de un
poder externo; lo vemos en el apóstol Pablo, que tenía una enfermedad, esto lo
cuenta en 2 Corintios 12:5 al 9, donde nos dice que 3 veces le pidió al Señor
que lo cure, y Dios no lo curó, solo le dijo: “Te basta mi gracia, porque mi fuerza se realiza plenamente en lo
débil”. Pablo tenía que depender exclusivamente de Dios. Si la persona
fuera poderosa, o si Israel hubiera sido poderoso, se hubiera confiado en ese
poder, en la propia habilidad, y allí Dios no tendría lugar para demostrar su
poder.
En el versículo 8 vemos que al ser débiles,
nada pueden ofrecer, están vacios, y allí es cuando se manifiesta el amor de
Dios, esa misericordia divina. La misericordia, el amor divino, es capaz de dar
sin esperar algo a cambio. Por la misericordia de Dios todavía no es el fin del
mundo, no se destruyó nada todavía; por la misericordia divina, somos hechos
hijos del Altísimo en el bautismo; por la misericordia divina, nuestros pecados
son borrados; por la misericordia, Dios provee cada día por nosotros, dándonos
lo necesario para la vida.
Dios
mantiene su palabra, Él no cambia de opinión como lo hacemos nosotros; con
estos israelitas lleva a cabo su plan original, el plan que proyectó con
Abraham, y estos sus descendientes lo llevarán a cabo. Lo dijo, y lo cumple.
En el versículo 9 encontramos la respuesta
que Dios espera de su pueblo. Dios espera que:
- Este pueblo acepte que lo anterior es
verdad, que este es el Dios de Abraham, que quería hacer una nación grande
con ellos, que los iba a cuidar, que serían de bendición para todo
habitante de la Tierra.
- Este pueblo se rinda a esta verdad, que
lo asuma como suyo propio, y lo empiece a vivir.
- Este pueblos se comprometa y luche por
este proyecto divino, que “se ponga
la camiseta” como se dice popularmente; lo encarne en la vida y en
todo lugar.
- Este encarnarse significa llevarlo a la
vida diaria, empezando en la familia, en el trabajo, en la amistad, en el
paseo, en la diversión, en la misma iglesia; transformando y creando una
nueva nación, como la que podemos hacer nosotros hoy día.
- Este pueblo le sea fiel, que este
“encarnarse” no sea temporario o cuando las cosas vayan bien, sino que sea
permanente, y también cuando todo vaya mal; obedecer y serle fiel
- Y, por último, que este pueblo descanse
y confíe, ya que, aunque todo falle, podemos reconocer y confiar que lo
único que nos mantiene vivos es la misericordia divina; ya que todo se
termina, nuestra confianza, nuestras buenas obras, hasta nuestra
religiosidad, y solo se mantiene el amor de Cristo manifestado en la cruz,
y cuando estemos agobiados por nuestros pecados y fracasos, lo único que
nos resta es acudir y confiar en la obra divina, la única permanente, que seguirá
y se mantendrá fiel.
Liturgia del cancionero, página 33 (Domingo de
Pentecostés I)
Lecturas bíblicas: Romanos 8:28-39
Mateo 13:44-52
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