La Parroquia en Imágenes

15 de febrero de 2012

EL SEXTO MANDAMIENTO


Encontramos En la Palabra de Dios en Éxodo 20:14: “No cometerás adulterio”. En otras palabras, no le serás infiel a tu pareja, teniendo esposo o esposa no  traicionarás con otra u otro.
Este mandamiento apunta a resguardar el valor del matrimonio. Un matrimonio es una unión de dos personas, así como lo presenta Génesis 2:24: “…dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne”. Esta frase dicha por Dios está en el contexto de la Creación, cuando Dios ya había organizado y preparado un mundo ideal donde el ser humano puede vivir y desarrollarse, allí planea y efectiviza la creación de dos seres vivos, lo llamamos la Institución del matrimonio, su génesis, su comienzo, su fundación. Por lo tanto, con seguridad y confianza podemos decir que el matrimonio fue pensado por Dios, donde un hombre y una mujer son reconocidos como interdependientes y necesitados el uno del otro, son diseñados presentados el uno al otro como el complemento necesario para una vida plena. No nos olvidemos que en los versículos anteriores Adán expresa su soledad al no encontrarse ni entre los animales ni entre las plantas esa compañía imprescindible, que es encontrada en la persona de Eva; claro es que no sucedió que Dios se vio en una emergencia cuando lo vio solo a Adán, dentro del plan del Señor ya fueron pensados así, complemento el uno para el otro, para el compañerismo, la felicidad y el poder  tener hijos; lo que el texto afirma es que sólo un hombre o una mujer es el ser que sostiene y brinda felicidad al otro formalizando a la primer pareja que vivió en la Tierra.
Nos sigue contando la historia que hubo un acontecimiento catastrófico, la llegada del pecado, la tentación de Satanás que bajo una forma de víbora aleja al hombre y a la mujer del esquema creado por Dios, y eso es lo que hace el pecado, destruye la armonía, desarma la creación de Dios, desarticula y anula los beneficios de esta obra divina. Y allí es cuando este núcleo existencial, la pareja humana se ve siendo atacada de distintas maneras, procurando que sea desarmada, porque el diablo sabe muy bien que cuando una pareja, un matrimonio se separa, se destruye lo que Dios hace, y es que en una familia unida hay desarrollo, del matrimonio, de los hijos, de la familia toda, y, por ende, de toda la sociedad; una familia dividida no puede ser de bendición ni llevar algo constructivo en su plenitud, lo puede hacer cada uno de una manera individual, pero el impacto de transformación es que en la unidad hay más fuerza.
Lutero explica este Mandamiento en el catecismo Menor: “Debemos temer y amar a Dios y por lo tanto llevar una vida casta y honesta en palabras y obras, y los esposos deben amarse y honrarse mutuamente”. ¿Qué entendemos por una vida casta? Es una vida pura, sin manchas, es una vida confiable, es una existencia limpia. La Honestidad es no tener dobles intenciones, sino ser transparente y consecuente con las convicciones y creencias, no decir una cosa y vivir otra. Los esposos deben amarse y honrarse mutuamente, siendo el amor el punto de partida para una vida de pareja, muchas veces no es el amor, sino la necesidad de un embarazo no deseado por ejemplo, o una cuestión de intereses, o por la soledad, por muchas cuestiones, pero el amor es el sostén y el vínculo  de unión. Pero no el amor desde un punto de vista egoísta, me caso para ser feliz, sino desde el punto de vista de entrega total a la otra persona: “Seré feliz si tú lo eres” Por esa razón, los votos de fidelidad remarcan con claridad esta forma de amar: “…vivir contigo desde hoy en adelante, sea que mejore o empeore tu suerte, seas más rica o más pobre, en tiempo de enfermedad y en tiempo de salud, para amarte y consolarte hasta que la muerte nos aparte…” Estamos diciendo que mi felicidad está supeditada a la del otro, que mi felicidad será consecuencia de la felicidad del otro, si el otro no es feliz, es también responsabilidad mía, quiere decir que yo ayudé en la infelicidad del otro, que no cumplí con mi parte y responsabilidad e hice que no haya felicidad en mi pareja; muy al contrario de lo que el mundo propone: “Probemos, si nos va bien, seguimos…”, como un matrimonio utilitarista; “Dame la prueba de amor…”, como si el matrimonio sólo se redujera al sexo y a la entrega del otro, sería una gran prueba de amor respetar y esperar, ver al matrimonio como ese estado de vida donde esa persona por la cual siento algo, pueda ser feliz siendo ella o él tal cual es, pero sabiendo que encontrará en mí a aquel o aquella que lo o la ayudará a mejorar y a cambiar en aquellas cosas que sea necesario. Nos debemos olvidar, además, que el ideal de Dios para el final de un matrimonio es la muerte, ya que Él nos da todas las herramientas necesarias para superar todas las dificultades, desavenencias y tropiezos que en la vida nos pueden acontecer.
Dios no aprueba el adulterio, pero no porque sea un viejo chinchudo que quiere que todo se haga de acuerdo a su voluntad, sino que él ve las consecuencias posteriores, pero también ve que en el adulterio hay una expresión del genuino egoísmo que hay en nuestra naturaleza, ya que el adúltero no piensa en su pareja, no valora lo que Dios le ha dado, no le importa el sufrimiento, la tristeza, el pesar, la destrucción de la confianza; sólo piensa en sí mismo y en satisfacer sus deseos personales, el resto, que se las arregle…
Tanto como para sostener nuestros matrimonios como para salir de la ciénaga del adulterio, refugiémonos en Cristo, reconociendo nuestra debilidad, aceptando que no somos los hombres y mujeres fuertes como para sostener con entereza nuestros matrimonios, y que somos tentados de distintas maneras, pensamientos, deseos y hasta hechos, sutiles o manifiestos, decirle al Señor: “Este soy yo, pero no quiero seguir siéndolo…” Pedirle sinceramente perdón al Señor por esta debilidad, refugiarnos en sus brazos de amor y de comprensión para encontrar ese alivio espiritual. Rogarle a este Señor las fuerzas, el coraje y la virtud para resistir a la tentación, para decirle “No” a aquello que amenace el matrimonio y la sabiduría y el amor para seguir en la batalla de la vida juntos como pareja, venga lo que venga, ya que nuestro sueño es llegar a esa verdad que la muerte sea el separador de nuestro amor. Evitar todo aquello que nos lleve a pecar, alejarse y negar todo contacto, aún hasta quedar como un tonto o un retrógrado; si lo ejemplificamos, a nadie se le va a criticar si habiendo una serpiente venenosa en el camino, da un rodeo y evita toda proximidad con ella, y esto es la tentación, una serpiente sigilosa, pero astuta y mortal. Alejarnos significa protegernos. No estoy diciendo aislarnos, sino protegerse, por ejemplo: Hoy con internet se puede tener acceso a pornografía,  si ello me puede llevar a pecar, no conectarse con esa página, o pedirle a alguien que prepare un programa y que sólo él tenga esa clave de acceso, que no nos lo revele si justamente nuestra debilidad es el consumo de estos elementos. Puedo utilizar la red, pero de esto, me veré protegido. Con este simple ejemplo quiero presentar el valor que debe tener nuestra vida espiritual, debe ser casta y honesta para que nuestro matrimonio sea pleno y feliz.
Hermanos. El matrimonio es una bendición de Dios. El Señor preparó esta pareja para vos, no es una elección basadas en las hormonas, en la necesidad, en la costumbre, en nada de ello. Si, tiene razón, no somos máquinas robotizadas que responden automáticamente, El Señor nos ha dado hormonas, con ellas somos lo que somos y tenemos espacio de deleites,  son imprescindibles para vivir, estas hormonas nos identifican también sexualmente y nos lleva a que nos agrade el sexo opuesto, es algo que Dios diseñó; si, está la necesidad de compañerismo y desarrollo personal; pero forma parte de un todo, cualquiera de esas parte que no esté, hace de un matrimonio un estado vacío y sin sentido, lo que quiero decir es que no sea el disparador para formar un matrimonio sólo las hormonas, sólo el sexo, sólo la necesidad, sino primeramente este amor que incluye todo, e incluye la presencia divina. Por esa razón podemos alegrarnos de tener nuestra familia. Tendrá defectos, tendrá problemas, tendrá un montón de cosas para corregir, pero es de Dios, y vale la pena luchar y esforzarnos por esa bendición que Dios te dio.
Que Dios los bendiga.

Pastor Carlos Brinkmann

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