En la vida estamos muy preocupados por conservar los bienes materiales que tenemos, vestimenta, calzados, muebles, casas, vehículos, etc…
Nos ocupamos y nos preocupamos cuidando que nadie se lleve aquello que nos costó esfuerzo conseguir, y si no lo costó, igual lo defendemos porque consideramos que está bajo nuestro cuidado, es para nuestro beneficio y los demás que se arreglen con lo que tienen.
Por un lado, es cierto, es nuestra responsabilidad cuidar nuestros bienes; pero, debemos reconocer que nuestros bienes no son nuestros… Seguramente ya habrá pensado que acá hay algo que no cierra: ¿Cómo lo que es mío no es mío…?
Bueno, los cristianos afirmamos que todo lo que tenemos ha venido de la mano de Dios, que Él ha preparado todos los elementos y medios para que lo tengamos, nos proveyó de la vida, de la salud, de la inteligencia, del trabajo, de la familia y hasta de los amigos.
El Señor nos ha trasformado en administradores, los bienes son de él, nosotros somos los que los cuidamos. Nos permite hacer uso de los mismos para nuestro bienestar y nuestra prosperidad; pero le siguen perteneciendo a Él… Claro que a mi prójimo Dios le ha dado también lo suficiente como para que sea su administrador de esos correspondientes bienes…
Pensando en la correcta administración, el Señor ha planteado el Séptimo Mandamiento:
“No Hurtarás”, no robar, no quedarse con lo que no es mío.
Martín Lutero lo explica: No quitar su dinero o bienes, no sacárselo bajo ninguna manera. Tampoco disimular y apropiarme como diciendo que de alguna manera tengo derechos sobre esos bienes.
No conseguirlo por falsas mercaderías o negocios, mercadería de calidad inferior, la estafa, no pagar las deudas, un trabajo mal hecho, o cobrar intereses excesivos. Pero también sueldos mal pagos o trabajo excesivo por poca paga. Todo aquello que viole el derecho de poseer bienes del prójimo es hurtar; como hemos visto no es solo quedarse con algo tangible, sino trabajar menos o trabajar mal cobrando como si se hubiera trabajado bien, es robar al que me paga el sueldo; pero, aprovecharse de alguien pagándole menos o cargándole con mucho trabajo con la misma paga, también es apropiarme de lo que le pertenece a ese prójimo.
Mas debemos ayudarlo, es la responsabilidad del cristiano, que no pierda su dinero o bienes, ya que así se muestra el amor de Dios, y todo aquello que por amor hagamos a que nuestro prójimo conserve, sea la situación que sea, Dios se ocupará de restituir y restaurar aquello que hayamos perdido por brindarnos a ese prójimo.
Y la propuesta es ir más allá todavía, ayudarlo a conservar y mejorar, o sea, no solo que mantenga, sino que progrese además.
En esta sociedad la mentira del diablo impera con fuerza, en ella nos dice que lo más importante es el dinero, ya que quien tiene, ese es reconocido y valorado; el problema es que el dinero lleva a la persona a ser avara y egoísta, sumiéndola en la soledad, porque muchos que lo rodearán lo harán por su capital; el desprecio, porque al que sólo mira a quien tiene algo, cosechará ese desprecio; el abandono, cuando necesita y no pueda pagar, quedará solo.
Dios comparte todo con sus hijos, la naturaleza donde sacamos todo lo necesario para la vida, la familia, que es nuestro núcleo de contención y catapulta a la sociedad; el Señor no está obligado, lo hace por amor, lo hace para nuestro bienestar. Y el mayor don, es Jesucristo; brindó a su propio Hijo para el rescate brindándole al ser humano un bien que no tiene precio, la vida eterna.
Dale gracias a Dios por tus bienes, el Señor confía en ti para que lo sepas administrar correctamente, aprovechándolo para tu bienestar y sostén de tu vida, pero también para que seas de sostén al prójimo necesitado. Que Dios te bendiga.
Pastor Carlos Brinkmann
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