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4 de abril de 2012

Octavo Mandamiento

Hay dos maneras de señalar a las personas, desde una manera positiva y desde una negativa. Nos preguntamos algunas veces, ¿cómo nos ven…? Nos desagradaría sobre manera ser señalados como “el chismoso más grande”, o “el vago”, o “el envidioso”, o “el mentiroso” o “el ladrón”. No son maneras hermosas que nos agraden por la cual nos podrían señalar; nos agradaría ser reconocidos como trabajadores, respetuosos, alegres, amigos fieles, personas confiables. Siempre procuramos que nuestro buen nombre sea resguardado porque es un capital precioso que nos permite interrelacionarnos con los demás y nos da un vínculo de pertenencia y tranquilidad.



El Octavo mandamiento fue diseñado por Dios para proteger el buen nombre de una persona. Arranca diciendo:



No hablarás falso testimonio contra tu prójimo



El falso testimonio es inventar mentiras para ensuciar a la otra persona. ¿De qué maneras se logra hacer esto? Nos los explica la segunda parte del Mandamiento, la parte explayada expuesta por Lutero:

Falsamente no mentir, que en unión con Efesios 4:25 “No mientan más, sino diga cada uno la verdad a su prójimo, porque todos somos miembros de un mismo cuerpo”, nos advierte de decir cosas que no son ciertas, marcadas con una postura falsa de parte nuestra.



Traicionar, que en unión con Santiago 4:11 “Hermanos, no hablen mal unos de otros. El que habla mal de su hermano, o lo juzga, habla mal de la ley y la juzga”; nos señala el murmurar, el hablar bajo de alguien sin que ese alguien pueda escucharlo. El que habla mal, el que murmura, se está transformando en un juez de esa persona, pero nos dice la Palabra que el único Juez es Dios, que no podemos ponernos sobre la ley, sino que siempre la Ley tiene que estar por sobre nosotros, y por sobre la ley, está Dios.



Desacreditar, el quitarle crédito, valor, importancia, rebajarlo hasta que lo podemos dominar, controlar sus reacciones, pensamientos y hasta necesidades; se da en los casos de violencia en el hogar, donde una de las partes va desmoronando sicológicamente, en primer lugar, y luego físicamente hasta controlar totalmente a esa persona, pero también esto se da en la escuela y hasta en la iglesia, donde uno siempre impone su voluntad, aún en contra de la de los demás.



Pero, en el aspecto positivo del mandamiento, Dios nos invita a que: Disculpemos a nuestro prójimo, o sea, defenderlo, no caer en el aspecto facilista de “sacar el cuero”, sino dejar que este corazón nuevo que nos ha dado el Señor nos permita ver, en amor, también las virtudes de este prójimo, y procuremos comprender sus acciones y reacciones.



Hablar bien de él, es resaltar sus cosas buenas, y hacerlo con alegría aún cuando sea mejor que uno mismo en esa área, ya que en el plan de Dios, cada persona tiene algo bueno, que compensa la falta de eso en el prójimo.



Interpretar todo en el mejor sentido, tomando un ejemplo, ¿qué pensamientos hay cuando una persona da una suma de dinero generosa en la iglesia? Algunos pensarán: “Este quiere figurar”, otros “Lo hace por remordimiento de conciencia”, otros dirán “Está evadiendo impuestos”; sin embargo, el cristiano revestido de Cristo no se pondrá en el lugar de Dios, y procurará ver la generosidad y el llamado de Dios detrás de esa ofrenda generosa.



Hoy por hoy, en los programas de radio y televisión, el trabajo de muchas personas es socavar el buen nombre de otros, ya sea por competencia, por deseo de aparecer, por rivalidad, por envidia, por ganancia, por lo que sea. El cristiano es llamado a guardar, respetar y defender el buen nombre de una persona, y si esa persona ha cometido algún error, el Señor nos manda a aplicar Mateo 18, ir primero y tratar de hablar con esa persona y aclararlo en ese mismo momento, y recién como tercer paso llevarlo al público ya cuando no hay aceptación personal. Es un gran desafío a hacer la diferencia, a hacer el rescate de la persona equivocada, a ser un fiel hijo de Dios. Pero, vale la pena este esfuerzo, ya que el cristiano ve los frutos y se siente parte útil del gran equipo del Señor.



Hasta el próximo encuentro.



Pastor Carlos Brinkmann

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