El
Noveno y Décimo Mandamiento abordan una realidad personal, que se nos
transforma en problemática, más en estos tiempos donde lo visual y lo hedonista
son lo que gobierna en los sentidos.
Nuestros
sentidos están sido bombardeados en su gran mayoría desde la percepción visual,
si no se ve, no existe. Se pagan miles de pesos por segundos en la televisión
en la publicidad, es que un segundo en un programa muy visto, es un éxito
rotundo en las ventas.
Y allí
aparecen las luchas interiores, querer tener aquello que se muestra, que se ve,
y uno no lo posee. En hora de la verdad, la codicia siempre estuvo en el alma
humana; Abel codiciaba la buena relación y el afecto de Dios, como venganza,
mató a su hermano; Jacob codiciaba tener la mayor parte de la herencia, para eso
mintió a su padre perjudicando a Esaú; pero no todo pasa siempre entre hermanos
de sangre; en 2 Samuel 11 nos habla de la codicia de David sobre la belleza de
Betsabé, esposa de otro hombre, esta acción terminó con la vida del esposo de
Betsabé, y con ese hijo engendrado por David, la codicia es una tentación que
engendra el pecado, y siempre, pero siempre, las consecuencias son lamentables
y destructivas.
Por eso
el Señor nos dice en el noveno mandamiento: “No
codiciarás la casa de tu prójimo”; y en el décimo nos dice: “No codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su
siervo, criada o ganado, ni nada de lo que tenga”
La
codicia es un deseo desmedido, o sea, que no tiene límites, no se puede parar;
es vehemente, con una fuerza incontrolable; es ansioso, hasta que no se logra
lo deseado, no se está tranquilo. Resumiendo en la lista de codicia, lo que la
mayoría de las personas en esta vida desean tener es: Fama. Dinero y Poder.
Con Fama entendemos esa dependencia de cómo
nos ven los demás, nadie quiere pasar desapercibido, por más que digamos que
tenemos un perfil bajo, alimenta nuestro orgullo que alguien reconozca nuestros
logros, nuestra apariencia, nuestra vida, y si lo hace público, en más de una
oportunidad nos sentimos halagados. Si, es bueno que seamos reconocidos en
nuestra vida, en nuestros aciertos, en nuestro bienestar; el problema es que
cuando eso se va transformando en una premisa, y hasta necesidad enfermiza, es
cuando nos hemos dejado dominar por el pecado, quizás, cuando lo podemos
doblegar, queda en el ámbito de la tentación.
Con Dinero entendemos lo que la mayoría
desea, tener más capital, tener más bienes, ser reconocidos como alguien que es
exitoso, que le va bien, y que ese bienestar se ve en su vida, en su vestimenta,
en su casa, en su auto. Se transforma en enfermizo cuando me vivo comparando
con aquellos que les va mejor, o quizás peor, siempre dependiendo de lo que el
otro me pueda decir, ni que hablar si sé que ese tal me toma como menos por el
nivel económico que tenga.
Por Poder entendemos esa necesidad egoísta
de querer mandar, de decidir sobre los demás, y hacer lo que sea para lograr
esa autoridad o mantenerla a toda costa.
Pero,
¿Qué nos dice Dios en su Palabra?
Salmo 37:3-4: “Confía en el Señor y haz lo bueno, vive en la tierra y mantente fiel.
Ama al Señor con ternura y Él cumplirá tus deseos más profundos.” Confiar y
deleitarnos en Dios, y podemos confiar ya que Él instrumentó desde su
concepción hasta las consecuencias la obra de la salvación; nos brinda su perdón
cada vez que lo necesitamos; nos asegura su protección en todo momento y nos
afianza el camino hacia la vida eterna. ¿Qué más podemos pedir? ¿Qué más
necesitamos? Con esta obra del Señor, de la salvación, de la paz interior que
nos brinda su amor, de la protección en esta vida, ¿por qué deberíamos estar
ansiosos por lo que no tenemos? ¿Por qué deberíamos compararnos con los demás?
Dios no abandona a sus hijos, en su sabiduría bendice y permite que cada uno
tenga lo suyo; sí, quizás estás en un momento de terrible carencia, de fuerte
necesidad, allí es donde nos invita en los versículos 5 y 6: “Pon tu vida en las
manos del Señor; confía en él, y él vendrá en tu ayuda. Hará brillar tu
rectitud y tu justicia como brilla el sol del mediodía”
¿Quieres
progresar? Bien deseado. Tampoco el Señor acepta la pereza y la vagancia. Él
brindará las puertas abiertas necesarias para que tu vida tenga lo suficiente
para vivir, vivir muy bien, para progresar, hasta que sobre por abundancia. Lo
que debemos es aprender a tocar las puertas adecuadas, dejar la puerta del egoísmo,
de la maldad, de la mentira, del robo, de la pereza; y abrir la puerta de la
entrega al Salvador en primer lugar, la puerta del darle gracias por su amor y
total entrega a nosotros, la puerta del valor a la familia que nos ha dado,
seamos hijos, o seamos padres, vivimos en una familia, y con ella el Señor nos
quiere sostener; la puerta del trabajo honesto y esforzado; la puerta de la
perseverancia y la alegría de vivir en la presencia del Señor
El
Salmo 37 termina diciendo en el versículo
37: “Fíjate en el hombre honrado y
sin tacha: el futuro de ese hombre es la paz” Y no es una paz cualquiera,
sino que es el comienzo de una paz eterna, de un refugio donde descansamos, y donde
el agobio y la preocupación no existe. Que este Señor te sostenga en esta paz,
que comienza en esta tu vida terrenal, y quiere continuar para no parar nunca,
la vida eterna.
Pastor Carlos Brinkmann
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