La Parroquia en Imágenes

13 de junio de 2012

EL PADRENUESTRO




Es conocido, el Padrenuestro como la oración del Señor, ya que fue dicha y enseñada por el mismo Señor, y magistralmente abarca todas las necesidades del ser humano. En un diálogo con sus discípulos, uno de ellos le pide que les enseñe a orar así como Juan el Bautista les había enseñado a sus discípulos. Quizás la idea de los discípulos de Jesús era la meditación y el análisis personal a través de largas oraciones, meditaciones y elocuentes palabras, así como era el sistema de los fariseos. 
Sin embargo, el les remite que, en principio, la oración es un dialogar con el Señor, en una quietud y reposo personal, apartado de lo que puede molestar, y en ese refugio íntimo, donde somos realmente auténticos, en la intimidad de nuestro lugar de descanso. 
Comienza presentando al destinatario de la oración, el PADRE. 
Está hablando del Padre Celestial, pero ¿por qué le podemos decir padre…? Por dos razones, es nuestro Padre que nos da vida, en el Salmo 139: 13 el salmista afirma: “Tú fuiste quien formó todo mi cuerpo; tú me formaste en el vientre de mi madre…” Afirmando que es Dios quien nos permite vivir, quien sabe de nuestra formación, y es quien preside nuestra vida; es el que nos la da, reservándose el derecho de quitársela a quien le haya llegado la hora; además de vivir, como cualquier animal, el hombre recibió un don, que es el raciocinio, la capacidad de razonar, pensar, elegir entre las distintas posibilidades que hay en su vida; y recibió la autoridad de administrar los bienes terrenales. Por lo tanto, todo lo que tenemos y recibimos es un préstamo, aún nuestra propia vida, los bienes, las posesiones, etc; todo es del Señor. 
Además nos hizo sus hijos por medio de la fe, aunque reconociendo que la fe tuvo un costo muy alto, la muerte de Jesucristo en la cruz, no es un regalo barato, ni tampoco es un bien que se puede comprar, por eso su valor es incalculable; y aún así es brindada a los hombres por misericordia pura de Dios. El ser transformados en hijos de Dios desde nuestro bautismo por obra única de Dios nos brinda confianza, ya que nuestro padre no es un padre falible, de desconfianza, sino que es confiable, seguro, y tiene la capacidad de responder a nuestras necesidades. Además de librarnos de los poderes casi invencible, el diablo, el pecado y la muerte 
Ahora, en esta tierra, los padres esperamos obediencia de nuestros hijos. En una confrontación con un grupo de fariseos, el Señor les dice: “El padre de ustedes es el diablo; ustedes le pertenecen, y tratan de hacer lo que él quiere…” (Juan 8:44). Estas duras palabras fueron dichas a un grupo que no podía aceptar a Cristo como ese Mesías Salvador esperado, por lo tanto lo rechazaban como tal. Estaban lejos de la obediencia que un padre puede esperar de sus hijos, lejos de la obediencia a Dios. Muchas veces,  nosotros nos encontramos en situaciones similares, en nuestro interior aparecen las luchas entre la desobediencia y el seguir al Señor, lo podemos ver en nuestras agudas quejas, por lo que nos falta, por lo que no tenemos, etc; por nuestra amargura ante las situaciones adversas que nos suceden, es como que le estamos diciendo a Dios que no aceptamos su paternidad y que sería mucho mejor que Él hiciera como nosotros le sugerimos, ¡Cuánto valor del ser humano imperfecto, con final predecible, con egoísmo marcado…! Poniéndole condiciones al Dios eterno, sin pecado no fallas o fisuras, con sabiduría extremadamente perfecta, pero… ¡Con cuánta paciencia hacia nosotros…! Por lo tanto, debemos preguntarnos cada día, ¿Qué padre procuraremos seguir…? ¿Al Padre Celestial que nos brinda todo, que nos entregó la salvación y que nos prepara un lugar en su morada? ¿O seguiremos al otro “padre”, que procura destruir las cosas buenas en nuestra vida, que procura alejarnos de lo bueno y nos  prepara un espacio de perdición eterna…? No es muy difícil la respuesta, lo que es difícil es encarnarla, queremos de corazón seguir al Señor, nuestro Padre Dios, aquél Salvador Celestial, pero en nuestro interior existe una lucha que nos procura inclinar cada vez más hacia el pecado ¿Qué hacer…? Aceptar la paternidad de Dios, con humildad, reconociendo nuestra dependencia y necesidad, pero con la confianza y seguridad de que tenemos a un buen padre, serle obedientes aún en las cosas que no nos agradan, y entregarnos a su divina voluntad cada día. 

Pastor Carlos Brinkmann 

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