Cuando
seguimos orando el Padre nuestro, luego de reconocer que tenemos un Gran Padre,
afirmamos que es nuestro…. O sea, mío y de alguien más… ¿De quién más…? De
aquél que lo reconoce como su padre también.
En
esta vida, nuestros hermanos de sangre no fueron invitados, no fueron buscados
por mi persona, fueron engendrados por los padres terrenales, de la misma
manera, al formar parte de la familia de Dios, yo no elijo quién es mi hermano
en la iglesia, es Dios quien los engendra y los “coloca” en la familia, así como lo hizo conmigo también.
A
nuestros hermanos los podemos tratar de tres maneras: a) Hacerles la guerra en todo para que siempre prevalezca mi
opinión; b) Serles completamente
indiferentes y no importarme en nada de lo que les suceda; o c) Unirse y compartir colaborando en la
configuración de la familia.
El apóstol
Pablo, escribiendo a los de Éfeso en el libro de Efesios 2:19-22, les dice: “Ustedes
ya no son extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos y
miembros de la familia de Dios” (versículo 19) En este versículo les
afirmaba que no son “colados” en la
iglesia, si bien antes eran paganos,
antes no creían, ahora son acercados por Él mismo y
hechos miembros de la familia. Les asegura que en la iglesia no hay ni “superiores ni inferiores”, no hay de
los “de cuna” y los “agregados”, son todos iguales, miembros
de la familia de Dios, hechos ciudadanos por obra del Señor.
En
el versículo 20 les dice: “…edificados
sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, cuya piedra angular es
Jesucristo mismo…” ¿Quién era el fundamento de los profetas y apóstoles…?
¡Cristo mismo…! Bien sabemos que cualquier edificación debe contemplar una
buena base, porque de nada sirve hacerlo bello o vistoso, si no tiene sustento.
La base, que muchas veces no se ve, es el verdadero sostén de un edificio; así
Cristo es el sostén del edificio de la fe. Podemos ver como Pablo con la
palabra griega “oikos”, traducida
puede significar casa o familia, la usa para graficar estas dos imágenes, para
ejemplificar lo que es “nuestro”, ese “nuestro” de la oración, ese “nuestro” que somos todos nosotros.
Pablo menciona, además, “la piedra
angular”, tomando un ejemplo de los puentes romanos que usaban como sostén piedras
en forma de ángulo, que encastrados entre sí, permitían que el puente no se
derribe, por eso podemos ver que esos puentes tienen una forma circular por
debajo de base a base, y arriba cruza la carretera, y la piedra central era la
principal, ya que sostenía todo, si esa se caía, se caía todo el puente; así
Cristo, es la piedra central de la fe, y si Él no está, todo lo que conocemos
como iglesia, se derrumba.
Claro
que se puede construir “iglesias” sin
Cristo, se pueden hacer iglesias sobre la costumbre, sobre el dinero, sobre la
política, sobre el racismo, sobre las tradiciones….; pero no aguantan mucho
tiempo, terminan derrumbándose porque siempre la piedra angular debe ser
Cristo.
En
el versículo 21 dice: “En Cristo, todo el
edificio, bien coordinado, va creciendo para llegar a ser un templo santo en el
Señor.” Otra vez, Cristo es la base y es la forma, es el centro de la vida
cristiana. Y nos transforma a cada uno de nosotros en “piedras vivas”, no las piedras muertas a la orilla de un arroyo,
sino piedras vivas que crecen, crecen en fidelidad, constancia y amor, pero
también crecen en cantidad, ya que la fe es un vivencia que es vista y se contagia,
una congregación sana siempre atrae nuevas personas, y además de atraerlas, las
retiene, porque son todos “piedras vivas”; vida dada por el mismo Dios, que es
nuestro Padre y nos transforma en “nuestro pueblo”. Formamos parte del
“Templo Santo”, o sea, apartado para
Dios.
Y en
el vs. 22 termina afirmando: “…en Cristo,
también ustedes son edificados en unión con él, para que allí habite Dios en el
Espíritu” Es que la verdadera edificación es en Cristo mismo, pero
sosteniéndonos unos a otros, es en el “nosotros”
que vamos creciendo y permitiendo que el Señor siga habitando en nosotros, es
en el sostenerse unos a otros donde permitimos que la obra de Dios se mantenga
y se extienda.
Como
conclusión:
a) Formamos parte de una familia
especial, la familia eterna, una familia donde somos “llevados” por el Espíritu Santo, donde hay diferentes caras,
formas, idiomas, gustos, etc, pero todos tenemos al mismo Padre, nadie puede
traer a otro a la iglesia, es el Señor que los trae, pero nos usa como sus
instrumentos para que se vea el fundamento y la dirección de la familia de Dios.
b) No hay andamiaje fuera de Cristo
que sostenga a la iglesia, no pueden haber estructuras humanas, sea cual fuera,
que pueda contener la inmensidad y el poder de Dios, por eso Dios mismo es
quien vive y se mueve en la iglesia, siendo Cristo la base y el centro de
unión.
c) El Señor nos “pone” dentro de la familia para nuestro
crecimiento, para nuestra vida real como salvos, para que nuestro caminar sea
seguro siendo Él mismo quien nos fortalece y nos enseña en la fe
d) Y estamos en la familia para
sostener al hermano, esa oración que incluye el “nuestro”, el nosotros, nos
asegura que no estamos solos en la vida, que tenemos también la oportunidad de
sostener y acompañar en el caminar de la vida a nuestro hermano.
Pastor
Carlos Brinkmann
No hay comentarios:
Publicar un comentario