En el
Padrenuestro presentamos la primera petición: “Santificado sea tu nombre”
Eso no quiere decir que el nombre de Dios sea más santo, ya que lo es en si
mismo, sin participación de nuestra parte. Lo que oramos es que su nombre sea
santificado entre nosotros en dos aspectos:
El
primero nos lo remarca la oración de Jesús en el Getsemaní: “Santifícalos en tu verdad; tu palabra es
verdad” (Juan 17:17) Arrancamos clamando que tengamos una sana doctrina,
donde no haya mentira ni falsedad. La raíz “santifícalos” es la misma que se
usa para significar la santidad de Dios, o sea, oramos que nos aparte sólo para
Él mismo. Y enfatiza sobre la Verdad, y la palabra es la verdad. El término en
griego para palabra es “logos”; y lo
podemos unir con el Logos de Juan 1:1 y Juan 1:14, allí el logos es presentado
como Dios, que se encarna y vive entre los hombres, allí el logos es Jesucristo
mismo, que siendo Dios toma sobre si la naturaleza humana. Entonces, una sana
doctrina es la que presenta a Jesús como Señor y Salvador, el centro y motivo
de la fe salvadora; en contraposición a las mentiras del “padre de la mentira”, Satanás. ¿Cuáles son las mentiras más comunes
que van desviando el foco de la sana doctrina? En que la gente busca “santificadores” personales, no buscan a
Cristo, lo reemplazan los “inocentes” sahumerios, que se encienden para alejar
las malas ondas; las liberaciones que curanderos, espiritistas, médiums, etc,
ofrecen para que el mal se aleje de las vidas; las “coquetas” cintitas rojas de
los bebés para prevenirlos del hojeo; y la crasa manifestación de los
“trabajos” de la macumba. Todos elementos que propone el diablo para alejarnos
de la verdad. Por lo tanto, cuando decimos Cristo es la verdad, desechamos todo
aquello que cambie a Jesús como centro, fundamento, motivo de fe; no confiamos
en un trapito rojo, en una descripción del horóscopo, en un aromático humito,
en la muerte de un animal doméstico para ser liberados de espíritus y males, creemos
en Jesucristo, Señor y Dador de Vida, Todopoderoso, único Salvador e Intercesor
de los hombres; con Él enfrentamos y vencemos todo el mal que nos rodea. Cuando
oramos “santificado sea tu nombre”,
clamamos que vivamos y enseñemos con claridad y seguridad la sana doctrina,
Jesús único Señor y Salvador.
El
segundo aspecto es que nuestra vida sea santa, que refleje que pertenecemos a
Dios. Pablo escribía en Romanos 2:23-24: “Tú
te jactas de la Ley, ¿con infracción de la ley deshonras a Dios? Porque como
está escrito, el nombre de Dios es blasfemado entre los gentiles por causa de
vosotros”. Pablo les escribía a judíos, conocedores de la ley, que, sin
embargo, tenían una diferencia abismal de vida entre la teoría y la práctica,
estaban orgullosos de la ley, se jactaban de ella, pero no la obedecían.
Podemos criticarlos, pero hoy, nosotros no somos muy diferentes a ellos, nos
debemos preguntar, que aún conociendo la voluntad de Dios, aún con su deseo que
sea su nombre santificado, ¿Cómo puede ser santificado su nombre si no tengo
tiempo para él, si es más importante el trabajo, el dinero, la diversión que
Cristo mismo? ¿Cómo puede ser santificado si no dedico tiempo para congregarme,
pero si hay tiempo para los compromisos sociales, las visitas, las salidas?
¿Cómo es santificado si no puedo perdonar y olvidar? ¿Cómo puede ser
santificado si no quiero ofrendar, si cuando pasa el plato de la ofrenda hurgo
en mis bolsillos, y el último billete, que ni en el kiosco me lo aceptan, ese
lo pongo para ofrenda? ¿Cómo puede ser santificado si no respeto el matrimonio,
codicio y hago codiciar, o comparo y denigro a la pareja que el Señor me ha
dado? ¿Cómo puede ser santificado si hay hipocresía en mí, tapo mis errores
pero señalo el de los demás, o no pongo límites a mi lengua y ofendo y lastimo siempre a mis semejantes?
La consecuencia
es la que dice Pablo en el versículo 24: El nombre de Dios es blasfemado entre
los que no creen; y claro, el que me ve piensa: “Si este es así, en esa iglesia, todos serán así…” O “¿Cómo creer en Dios si no puede cambiar a
este tipo…?”
Debemos
reconocer que no siempre santificamos el nombre de Dios por causa de nuestro comportamiento,
debemos acudir a Cristo, y tal como dice Romanos 3:24 “…siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la
redención que es en Cristo Jesús…”; acercarnos a la gracia para ser perdonado,
una gracia que no merecemos, pero por amor del Altísimo es para todos los
hombres, que nos libere y transforme para que nuestra vida refleje en
profundidad su presencia y obra, y pedirle a este Cristo que nos fortalezca y
nos de sabiduría para serle fieles, especialmente en los momentos más
complicados y difíciles, en los momentos de mayor lucha y tentación, que
podamos serle fieles, para que su nombre sea realmente santificado entre
nosotros.
Que
Dios te bendiga
Pastor Carlos
Brinkmann
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