La Parroquia en Imágenes

26 de julio de 2012

El Padrenuestro (Parte 4)





En el Padrenuestro presentamos la primera petición: “Santificado sea tu nombre” Eso no quiere decir que el nombre de Dios sea más santo, ya que lo es en si mismo, sin participación de nuestra parte. Lo que oramos es que su nombre sea santificado entre nosotros en dos aspectos:
El primero nos lo remarca la oración de Jesús en el Getsemaní: “Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad” (Juan 17:17) Arrancamos clamando que tengamos una sana doctrina, donde no haya mentira ni falsedad. La raíz “santifícalos” es la misma que se usa para significar la santidad de Dios, o sea, oramos que nos aparte sólo para Él mismo. Y enfatiza sobre la Verdad, y la palabra es la verdad. El término en griego para palabra es “logos”; y lo podemos unir con el Logos de Juan 1:1 y Juan 1:14, allí el logos es presentado como Dios, que se encarna y vive entre los hombres, allí el logos es Jesucristo mismo, que siendo Dios toma sobre si la naturaleza humana. Entonces, una sana doctrina es la que presenta a Jesús como Señor y Salvador, el centro y motivo de la fe salvadora; en contraposición a las mentiras del “padre de la mentira”, Satanás. ¿Cuáles son las mentiras más comunes que van desviando el foco de la sana doctrina? En que la gente busca “santificadores” personales, no buscan a Cristo, lo reemplazan los “inocentes” sahumerios, que se encienden para alejar las malas ondas; las liberaciones que curanderos, espiritistas, médiums, etc, ofrecen para que el mal se aleje de las vidas; las “coquetas” cintitas rojas de los bebés para prevenirlos del hojeo; y la crasa manifestación de los “trabajos” de la macumba. Todos elementos que propone el diablo para alejarnos de la verdad. Por lo tanto, cuando decimos Cristo es la verdad, desechamos todo aquello que cambie a Jesús como centro, fundamento, motivo de fe; no confiamos en un trapito rojo, en una descripción del horóscopo, en un aromático humito, en la muerte de un animal doméstico para ser liberados de espíritus y males, creemos en Jesucristo, Señor y Dador de Vida, Todopoderoso, único Salvador e Intercesor de los hombres; con Él enfrentamos y vencemos todo el mal que nos rodea. Cuando oramos “santificado sea tu nombre”, clamamos que vivamos y enseñemos con claridad y seguridad la sana doctrina, Jesús único Señor y Salvador.
El segundo aspecto es que nuestra vida sea santa, que refleje que pertenecemos a Dios. Pablo escribía en Romanos 2:23-24: “Tú te jactas de la Ley, ¿con infracción de la ley deshonras a Dios? Porque como está escrito, el nombre de Dios es blasfemado entre los gentiles por causa de vosotros”. Pablo les escribía a judíos, conocedores de la ley, que, sin embargo, tenían una diferencia abismal de vida entre la teoría y la práctica, estaban orgullosos de la ley, se jactaban de ella, pero no la obedecían. Podemos criticarlos, pero hoy, nosotros no somos muy diferentes a ellos, nos debemos preguntar, que aún conociendo la voluntad de Dios, aún con su deseo que sea su nombre santificado, ¿Cómo puede ser santificado su nombre si no tengo tiempo para él, si es más importante el trabajo, el dinero, la diversión que Cristo mismo? ¿Cómo puede ser santificado si no dedico tiempo para congregarme, pero si hay tiempo para los compromisos sociales, las visitas, las salidas? ¿Cómo es santificado si no puedo perdonar y olvidar? ¿Cómo puede ser santificado si no quiero ofrendar, si cuando pasa el plato de la ofrenda hurgo en mis bolsillos, y el último billete, que ni en el kiosco me lo aceptan, ese lo pongo para ofrenda? ¿Cómo puede ser santificado si no respeto el matrimonio, codicio y hago codiciar, o comparo y denigro a la pareja que el Señor me ha dado? ¿Cómo puede ser santificado si hay hipocresía en mí, tapo mis errores pero señalo el de los demás, o no pongo límites a mi lengua y ofendo y lastimo  siempre a mis semejantes?
La consecuencia es la que dice Pablo en el versículo 24: El nombre de Dios es blasfemado entre los que no creen; y claro, el que me ve piensa: “Si este es así, en esa iglesia, todos serán así…” O “¿Cómo creer en Dios si no puede cambiar a este tipo…?”
Debemos reconocer que no siempre santificamos el nombre de Dios por causa de nuestro comportamiento, debemos acudir a Cristo, y tal como dice Romanos 3:24 “…siendo justificados  gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús…”; acercarnos a la gracia para ser perdonado, una gracia que no merecemos, pero por amor del Altísimo es para todos los hombres, que nos libere y transforme para que nuestra vida refleje en profundidad su presencia y obra, y pedirle a este Cristo que nos fortalezca y nos de sabiduría para serle fieles, especialmente en los momentos más complicados y difíciles, en los momentos de mayor lucha y tentación, que podamos serle fieles, para que su nombre sea realmente santificado entre nosotros.
Que Dios te bendiga

Pastor Carlos Brinkmann

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