La Parroquia en Imágenes

6 de octubre de 2012

Hacia una cultura de paz - segunda parte




                                                                  
ACTITUDES HUMANAS QUE ROMPEN LA CULTURA DE LA PAZ

  1. HIPOCRESÍA (Fingir ser, pensar o sentir algo que no se es. Falsedad, tener dos caras) Lucas 6:42
  2. INDISCRESIÓN (Andar contando todo, chisme-lengua rápida) Proverbios 26:20
  3. RENCILLOSO (Buscar diferencias y discusiones con otros y entre otros) Santiago 4:1-3
  4. RENCOROSO (Seguir trayendo con amargura al presente las cosas del pasado) Proverbios 19:18
  5. ENOJO FACIL (No soportar la mínima contradicción o crítica) Proverbios 12:16
  6. ENVIDIA  (Rabia y tristeza por las cosas o habilidades del otro) Job 5:2
  7. AUTORITARIO (Cuando se quiere imponer las cosas) Proverbios 13:10
  8. INDIFERENCIA (No importarle nada ni comprometerse con algo) Mateo 23:23
  9. JUZGAR A LOS DEMÁS (Determinar con valores buenos o malos las actitudes y la vida de los demás) Lucas 6:37-38
  10. CABEZA DURA (No dejarse aconsejar ni querer escuchar) Proverbios 12:15
LA SALIDA A ESTAS ACTITUDES
A)     Reconocer que es pecado, y si no hay arrepentimiento:
·         Dios no bendice
·         Perdemos la paz
·         Caemos de la vida eterna

B)     Dejar que Cristo transforme nuestro corazón y serle fieles, Colosenses 3:15-17

UNA HISTORIA QUE NOS PUEDE AYUDAR A VENCER NUESTROS CONFLICTOS

“No intentes entrar”, gritó Francisco desde la puerta “Tengo un bate, y golpearé a todo el que intente entrar”
“Vamos, ¡abre la puerta, Francisco!”, respondió José desde la galería. “Sólo queremos hablar”.
“Esto se está saliendo de control”, dijo Juliana, mientras tiraba de la mano a José. “Creo que debemos llamar a nuestro abogado para que le hable a Francisco”
“¡Pero el agente inmobiliario y el comprador estarán aquí en diez minutos! El trato se vendrá abajo si no pueden entrar para ver la casa”
“¡Se vendrá abajo mucho más si los persigue con ese bate! Voy a llamar ahora mismo y postergar la reunión hasta que podamos hacer algo con Francisco”, dijo Juliana.
“De acuerdo, pero no voy a dejar que demore esta venta para siempre. Tienes dos días para sacarlo de ahí, Juliana, y luego vendré con mi propio bate. Estoy seguro que Juan y Mateo nos acompañarán con todo gusto”, gritó José.
José se dirigió furioso a su coche y salió de la propiedad abriendo un surco en la tierra con las ruedas para demostrar su enojo.
Mientras Juliana volvía manejando al pueblo, se sentía completamente atrapada entre sus cuatro hermanos. Desde que había muerto su madre, habían estado peleando por la granja. Francisco había nacido con una discapacidad que lo había mantenido en la casa toda su vida. En los primeros años su madre lo había cuidado, pero cuando se debilitó su salud, Francisco se encargó de cuidarla, prácticamente sin moverse de su lado en ningún momento. Cuando finalmente falleció, el mundo de Francisco se derrumbó.
Las cosas empeoraron cuando se leyó el testamento de la madre. Allí se dejaba la granja en partes iguales a sus otros cuatro hijos. Ahora que ambos padres habían muerto, José, Juan y Marcos querían vender la propiedad cuanto antes. Cuando se lo dijeron a Francisco, se aterró ante la idea de tener que salir de la única casa donde siempre había vivido. Como se resistía a la idea, se produjeron discusiones acaloradas, y ahora Francisco se encontraba en aprietos en la solitaria casa de la granja.
Si bien Juliana necesitaba el dinero de la venta tanto como sus hermanos, no le agradaba la idea de echar por la fuerza a Francisco. A los tres hermanos les tenía sin cuidado los temores de Francisco y decidieron seguir adelante. Juliana se sintió impotente para detenerlos.
Juliana se congregaba en una iglesia; llamó al pastor y acordaron reunirse con él y los hermanos esa misma noche, lo cual produjo una fuerte discusión con tres de sus hermanos.
“Mire pastor”, dijo José, “sólo estoy pidiendo que respetemos los deseos de mamá y sigamos la ley. Ella y papá decidieron que Francisco sea el que haga aplicar el testamento y dividir la granja entre el resto de nosotros. Como representante personal de la herencia de ella, mi responsabilidad legal es respetar su deseo. Sé que será algo duro para Francisco mudarse, pero hay un lindo complejo de departamentos en el pueblo. Se va a adaptar en seguida”
“Pero podría matarlo”, imploró Juliana. “Perder a mamá fue devastador para Francisco. Si lo obligamos a salir de la casa, perderá todo lo que le es familiar. Tengo miedo de lo que le vaya a causar”
“Entonces, ¿qué hacemos?, agregó Mateo, “¿Simplemente quedarnos sentados hasta que se muera en unos años para entonces dividir la propiedad? Tengo dos hijos en la universidad, y si mamá estuviera aquí estoy seguro que querría que vendiéramos la granja para ayudarlos. Estoy de acuerdo con José. Deberíamos respetar el deseo de mamá y seguir la ley”.
“Aprecio el respeto de ustedes por su madre y por la ley”, dijo el pastor Barry, “pero hay algo más a considerar. Todos ustedes dicen ser cristianos. Así que, ¿cuál es la diferencia entre la forma que están manejando este conflicto y la forma en que un buen ateo lo haría?”
Luego de unos segundos de silencio incómodos, José dijo finalmente: “No estoy seguro de lo que quiere decir”.
“Permítanme decirlo de otra forma. ¿Qué es más importante para ustedes en esta situación: conseguir su dinero lo antes posible, como la haría la mayoría de las personas, o demostrar el amor de Cristo hacia su hermano?”
“Ah, ya veo”, dijo Juan. “Usted quiere que seamos cristianos buenitos que simplemente ceden ante los demás dejando lo que les corresponde por derecho”
“No, no estoy diciendo eso. Dios ama la justicia, y sin duda quiere que ustedes respeten los deseos de sus padres. Pero hay algo que quiere aún más: verlos tratándose de una forma que demuestre el poder del evangelio en cada una de sus vidas”
“Eso suena muy lindo, pastor”, contestó José, “pero no veo cómo se aplica la religión a este problema”
“Si realmente quieren saberlo, ¿por qué no oramos juntos ahora mismo y pedimos a Dios que les muestre cómo pueden resolver este conflicto de forma que le honre y también cumpla con los deseos de sus padres?”
Dios contestó sus oraciones de una manera que José nunca hubiera esperado.
Tres semanas después, toda la familia se reunió en la sala de banquetes de un restaurante del lugar. Juliana había vencido de alguna forma los temores de Francisco y lo había persuadido para que dejara la casa y se uniera a la familia en la cena. Doce nietos y nietas observaron absortos cuando entró en el salón y se sentó nerviosamente en un extremo de la mesa.
Como hijo mayor, José pidió la atención de todos: “Francisco, nuestra familia se ha reunido hoy para honrarte. Durante los diez últimos años te has dedicado a cuidar a mamá. Hoy queremos entregarte esta placa especial. Dice: ‘Para nuestro hermano Francisco, el mejor de todos los hijos, que cuidó de nuestra madre con amor abnegado y devoción perdurable. Tu compañía llenó su vida de gozo y deleite, y fue para ella un recordatorio constante del amor de Dios. Con la gratitud más profunda para un hermano maravilloso, de José, Juan, Juliana y Mateo”.
Las lágrimas brotaron de los ojos de Francisco cuando José le entregó la placa. Antes que pudiese hablar, José le entregó un sobre.
“Francisco”, siguió, “en aprecio por todo lo que hiciste por mamá, queremos darte este regalo. Es un acuerdo que hemos firmado todos que te da la propiedad vitalicia de la casa de la granja. Esto significa que podrás quedarte en ella mientras vivas. Encontramos un comprador que está dispuesto a comprar el resto del terreno de la granja. La titularidad de la casa pasará finalmente a nuestros hijos. Pero mientras quieras vivir en ella, queremos q         ue sepas que esa es tu casa”
Mientras Francisco tomaba fuertemente el sobre, el dique de emociones terminó por romperse. Meses de incertidumbre y temor dieron lugar a sollozos de alivio y gratitud. Cuando José se inclinó y abrazó a su hermano por primera vez en años, el hijo adolescente de José se inclinó hacia su hermana y le susurró: “Tal vez exista Dios, después de todo, porque papá jamás habría hecho esto por su cuenta”.

Ken Sande
Pacificadores
Pag.7-11

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