La humanidad
dividida entre pobres y ricos arranca desde los albores de la historia. En
muchos casos la diferencia entre unos y otros es tan abismal que la misma puede
encuadrarse sin mayor análisis dentro de lo inmoral y perverso. Ricos que no
saben qué hacer con el dinero y los bienes que tienen, a tal punto que sus
actos son frecuentemente ridículos, impulsados por caprichos irracionales. Y
por otro lado, pobres que son tan pobres que no pueden conseguir la comida para
alimentarse dignamente, o tener agua limpia para tomar. Una desigualdad
dolorosa, que manda a unos y a otros a la muerte, posiblemente antes de tiempo.
Hace poco escuché
una canción, que en una parte decía, irónicamente: "...de los pobres se
ocupa la iglesia. De los ricos se ocupa el gobierno.... entre tanto yo toco la
guitarra...". Es así. Mientras las cosas ocurren, muchos tocan la
guitarra.
En las Sagradas
Escrituras hay muchísimas alusiones a los pobres. Son el objeto de especial
cuidado y amor de Dios. Sus sufrimientos suben al trono del Padre, y el Señor
escucha sus clamores, prometiéndoles herencia y bendición. (Salmo 41:1, 9:9,
132:15, y muchos más)
Las mismas
Escrituras aluden también reiteradamente a los ricos, generalmente en duros
términos, como a gente de la que Dios se queja por haberlo dejado, y cambiado
por el dios de las riquezas. Las amenazas del Señor son fuertes contra ellos,
por su egoísmo y la desconsideración a los pobres, y el abuso y la explotación
de estos para su propio beneficio material. (Mt. 19:24, 1 Tim. 6: 9-10, Stg. 5:
1-6, etc.)
Pero también la
Biblia pone en claro que la pobreza nunca es una virtud en sí misma, como
tampoco la riqueza es un defecto en sí mismo. Los pobres no son justos por ser
pobres. Ni los ricos son pecadores por ser ricos. Tanto pobres como ricos
estamos alejados de la gloria de Dios por nuestra naturaleza caída, siendo
justificados 2
gratuitamente por su gracia, mediante la redención que
es en Cristo Jesús. (Ro. 3:23-24).
No hay defectos ni
virtudes intrínsecas en ninguna de las dos posiciones. Todo depende de lo que
ambos, ricos y pobres, pecadores los dos e iguales ante Dios, hagan con su
pobreza o con sus riquezas. El consejo de Dios nos dice a todos: "...sean
justos unos con otros... ganen su pan con el sudor de su frente... no se hagan
tesoros en la tierra... sean ricos para con Dios... ¿lo que has acumulado, para
quién será?... Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todo lo demás
os será añadido... no hurtarás... no codiciarás... conténtense con lo que
tienen... no sean ociosos... ayúdense unos a otros... no confíen en las
riquezas... (y no se abusen de la pobreza).
Aprendemos en
nuestro catecismo que Cristo resucitado es Rey sobre todo. Rey sobre tres
reinos que abarcan toda lo existente. El reino del poder, (esto es la realidad
terrenal), el reino de la gracia, (esto es, la suma de todos los creyentes
sobre la tierra, la iglesia), y el reino de gloria, (esto es el más allá, que
llamamos cielo). En el reino del poder se dan las luchas de todo tipo, la
división entre pobres y ricos, abusadores y abusados, explotadores y
explotados, dominadores y dominados, atropelladores y atropellados, opresores y
oprimidos. Este reino debiera ser regulado por leyes justas que estén en
sintonía con la voluntad de Dios, y respetadas por todos, sean pobres o sean
ricos. Un ideal cada vez más difícil de alcanzar en la práctica.
Como la deseable
equidad es tan difícil de ser alcanzada, hay quienes pensaron que habría que
imponerla por la fuerza. Y así construyeron sistemas que hicieron correr mucha
sangre, y finalmente terminaron en el fracaso, llegando a ser el postrer error
peor que el primero.
Otros quieren
envolver a la iglesia en esta cuestión, como si fuera su responsabilidad
regular desde el poder los asuntos terrenales y temporales. El poder de la
iglesia es espiritual. Le ha sido confiada la Palabra y los Sacramentos, y no
los fusiles y los manejos financieros o políticos del mundo.
La iglesia debe
hacer oír su voz en el mundo, que no ha de ser otra que la ley de Dios, y el
evangelio de Jesucristo. Denunciar el pecado, y anunciar la gracia.
Cada cristiano
individualmente tiene responsabilidades y deberes que debe ejercer en el reino
del poder, a partir del reino de gracia al que pertenece, pero la iglesia como
organización humana del reino de gracia tiene una vocación espiritual, y no ha
de cometer el error de meterse en asuntos para los que no fue llamada ni
enviada. Confundir o mezclar ambos reinos resulta en la perversión de los dos.
Escuchamos mucho,
últimamente, hablar al obispo de Roma, acerca de la imperiosa necesidad de
ayudar a los pobres. Está bien. Pero lo que no se escucha es hablar acerca de
los ricos, como si ellos no necesitarían ayuda. La salvación y la condenación
están delante de pobres y de ricos. Y ahí sí que la iglesia debe intervenir con
la ayuda de parte de Dios. Pero, ¿a quién le interesa este asunto en el que el
dinero cuenta poco o nada? Espero que a nosotros. 3
Hubo y hay ideologías que quieren "arreglar"
las cosas según sus criterios, apelando a "revoluciones",
(justificando aún la violencia para imponerlas). La así llamada "teología
de la liberación", que tuvo su apogeo en la década del 70, se acercaba
mucho, en algunos casos, a esta manera de ver las cosas. El error de fondo está
en ver a la sociedad dividida entre malos y buenos. Entre pecadores y justos.
Según el nivel económico en el que se encuentren las personas.
Los cristianos
fieles, inspirados por la Palabra de Dios, y guiados por el Espíritu Santo,
como peregrinos en el reino del poder, asumimos nuestro privilegio de ser ricos
para con Dios, con tesoros eternos, que nos fueron regalados por gracia, y
tratamos de compartirlos con pobres y ricos. Así también dejamos que los frutos
del evangelio se manifiesten en mayor justicia, equidad, amor, bondad, respeto,
solidaridad, perdón y responsabilidad hacia nuestros semejantes, para que todos
podamos vivir mejor.
Saludos fraternales
en el amor de Jesús:
Pastor Carlos
Nagel
Presidente de
la IELA.
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